Los líos entre Chile y China por el dumping del acero.
Nuestro problema con China.
Por : François Meunier Los argumentos del conflicto que ha sumido en crisis a
la industria del acero chileno. Entre acusaciones de competencia desleal
hacia China y de proteccionismo económico al gobierno chileno, la siderúrgica
ahora apuesta por producir acero verde con tal de conseguir una nueva
oportunidad en el comercio global. uestro problema con China Se están
acumulando nubes sobre las relaciones entre países. Chile, una de las naciones
más abiertas del mundo –y que ha sabido aprovechar esta apertura– no puede
escapar a una reflexión fundamental sobre su modo de integración al comercio
internacional. China se encuentra en un estado crónico de sobreproducción, en
acero, automóviles, electrónica, etc., con muchas de sus empresas masivamente
subvencionadas. China prefiere desarrollar la inversión y las exportaciones que
el nivel de consumo de sus habitantes, que ya se muestran reacios a consumir,
debido a la gravísima crisis inmobiliaria que azota al país. China ejerce un
control estricto sobre su moneda, el yuan, que ha empezado a depreciarse de
nuevo, lo que hace que sus productos sean más competitivos. En resumen, China
sigue una política deliberada de exportación de sus excedentes (y de su
desempleo) al extranjero para mantener su crecimiento.
En represalia, Estados Unidos y Europa están elevando sustancialmente los
aranceles sobre ciertos productos chinos, lo que abre una nueva –y preocupante–
fase de rivalidad estratégica entre los bloques y corre el riesgo de desmantelar
los avances logrados con la apertura del comercio mundial.
No se trata de echar toda la culpa a China, ni de negar su excepcional
inventiva industrial durante las tres últimas décadas. Pero la consecuencia está
ahí: ante estas nuevas barreras, China está reorientando sus exportaciones hacia
países emergentes o de renta media, como Chile. Por ejemplo, los superávits
chinos con los países asiáticos de la ASEAN se han duplicado en los últimos
cuatro años, llegando al 6% del PIB de la zona, lo que está afectando a sus
propias industrias. Y estos países no tienen el peso político de EE.UU. para
atreverse a protestar ante este poderoso socio comercial.
¿Es esto un problema para Chile? A primera vista, podría decirse que no.
Las importaciones chinas son significativas, pero Chile exporta aún más a China.
La balanza comercial chilena es claramente positiva con China, mientras que es
deficitaria con los demás países. Puede que China esté inundando Chile con sus
productos, pero está comprando cobre y productos de litio a gran escala (y
cerezas, luego llegaremos a eso), así que no se preocupen.
Además, Chile tiene la triste ventaja de carecer prácticamente de sector
manufacturero. Las importaciones chinas a bajo coste no están teniendo el efecto
devastador sobre el empleo que sí están teniendo en otros países, aparte de las
dificultades de la empresa siderúrgica chilena CAP. A los consumidores chilenos
les da igual que su televisor venga de China o de Corea. Y si el de China es más
barato gracias a los subsidios del Estado chino, es más una carta de
agradecimiento que una queja que Chile debería enviar por la ayuda que ha
prestado al poder adquisitivo de sus ciudadanos.
La autonomía estratégica importa No todo es tan color de rosa. Se
establece una dependencia que adquiere una dimensión geopolítica. China se ha
convertido, y de lejos, en nuestro mayor socio comercial: el 40% de las
exportaciones, o sea, el 11% del PIB, y el 22% de las importaciones. Nunca es
bueno depender tanto de un solo cliente ni de un solo proveedor. ¿Qué ocurre en
caso de interrupción accidental de los flujos comerciales o, peor, de crisis
geopolítica?
Tampoco se puede olvidar la dimensión industrial. Chile debe encontrar nuevos
sectores de actividad si quiere reactivar su crecimiento, actualmente
paralizado, y salir de la trampa del ingreso medio que le amenaza. Cuando las
importaciones de bienes de consumo están tan ampliamente disponibles, hay menos
incentivos para invertir. Lo vimos hace tres años tras el episodio COVID: los
chilenos alegremente gastaron sus pensiones en todo lo que llegaba de
portacontenedores chinos llenos hasta los topes.
Un cuento de cerezas Cuando surge un conflicto entre dos países, las
represalias comerciales son habituales. El camino utilizado es lo que se puede
llamar la estrategia del tacón de aguja. Para no diluir el ataque, hay que
empujar fuerte donde duele, es decir, en unos pocos sectores bien elegidos por
su sensibilidad política. Por ejemplo, ante el aumento de los aranceles europeos
sobre los automóviles chinos, China amenaza con bloquear con aranceles sus
importaciones de… coñac, del que es un importador muy importante (25% de la
producción).
Si llega a utilizar esta palanca, las carreteras de la región francesa de
Cognac quedarán bloqueadas por chalecos amarillos, obligando al Gobierno a pagar
costosas indemnizaciones.
En Chile, no es coñac, sino cereza. Y no es el 25% de las cerezas exportadas
lo que compra China, sino casi todas, por un total de US$ 2,1 billones. Eso es
solo el 2% de las exportaciones totales de Chile, pero… taconazo de aguja. Los
productores de cerezas no se equivocan. Sus gremios empezaron a movilizarse
cuando los aranceles sobre el acero chino se incrementaron al 40% tras los
desengaños de Huachipato. Así, en el corazón mismo del mundo agrícola se está
arraigando un poderoso lobby pro chino que está reduciendo la libertad de acción
del Gobierno frente a su socio.
¿Qué hacer? Es imperativo tener flujos de importación y exportación más
equilibrados entre países, pero no ocurrirá de la noche a la mañana. También es
importante, en ciertas áreas muy selectas, negociar inversiones directas con el
socio chino, posiblemente a través de empresas conjuntas.
Es lo que está haciendo Brasil, con un tamaño de mercado por supuesto a otra
escala que el chileno: está imponiendo un arancel del 35% a los coches
eléctricos a partir de mediados de 2026 para fomentar la producción local, al
mismo tiempo que rebaja los aranceles sobre los bienes de equipo para facilitar
la inversión.
Esto se llama una política industrial y los aranceles son herramientas de
ella. Este debate no debería prohibirse. Por supuesto, la apertura internacional
es extremadamente deseable, porque expande los mercados y aumenta las
habilidades industriales. El proteccionismo suele ser una mala política, porque
opera simétricamente y ambos socios pierden.
Pero ¿puede Chile mantener aranceles prácticamente nulos (0,7% de las
importaciones hoy, o sea, el 1,1% de los ingresos fiscales) cuando hay un
aumento en muchos lugares? Los impuestos sobre el comercio exterior, en pequeña
proporción, son una base impositiva interesante en un país de ingreso medio como
Chile: son relativamente fáciles de recaudar y tienen efectos mucho menos
perjudiciales que otros impuestos.
Por ejemplo, elevar los aranceles del 0,7% al 2,5% en promedio sobre las
importaciones, en el marco de negociaciones de los tratados existentes,
permitiría reducir un punto la tasa del IVA, impuesto del que Chile depende en
exceso.
Se están acumulando nubes sobre las relaciones entre países. Chile, una de
las naciones más abiertas del mundo –y que ha sabido aprovechar esta apertura–
no puede escapar a una reflexión fundamental sobre su modo de integración al
comercio internacional. François Meunier El Mostrador.