Hace cien días, Julio Velarde, el tetrapresidente del BCR, se aventuró a
pontificar: “la inflación llegaría a su pico más alto en julio” (14/6/22), pero,
ahora ante el repunte de la inflación anualizada en septiembre (8.53%) bien
podría comerse estas palabras acompañadas con un refrescante ceviche y como
segundo plato, un delicioso puré, porque en los últimos treinta días los precios
del limón (27%), bonito (7%) y papa amarilla (23%) han volado al cielo. Ante lo
cual, Jenny Ocampo, la ministra del agro, no ha tenido mayor explicación que
señalar con algún candor: que el aumento del precio de nuestro tubérculo de
bandera no se debe a la escasez de fertilizantes sino al incremento de los
combustibles.
Tampoco duró poco más de una semana, para pesar del titular del MEF, otra de
las promesas de Julio IV realizada en Perumin (28/9/22): “probablemente no
tengamos que elevar mucho más la tasa de interés de referencia (tir)”, quizá
debido al rebrote inflacionario o porque su némesis Kurt “Frozen” Burneo comentó
en Gestión sobre “la externalidad negativa de la actual política monetaria”
(30/9/22), ni corto ni perezoso, contestó elevando en 0.25% la tir (6/10/22) que
se ha consolidado en 7% (la máxima en 19 años).
Waldo Mendoza, exministro de Economía, al reconocer que el alza de la tir es
un método recesivo para bajar la demanda agregada y contener así la inflación,
añade que “es el único eficaz”, agregando un dato no menor: “la inflación alta
puede demorar en descender” (17/8/22), afirmación que recuerda la metáfora del
expresidente del Bundesbank Karl Otto Phol: “La inflación es como la pasta de
dientes: es muy fácil sacarla del tubo, pero difícilmente se puede volver a
meterla una vez afuera”. Según la evidencia empírica de los principales países
de Europa y los EEUU, cuando la inflación supera el nivel del 5%, en la mayoría
de los casos han sido necesarios por lo menos 20 meses para que regrese a ese
rango. (El Economista 7/10/22).
La semana pasada prácticamente estuvo desaparecido del ecran el ministro de
Economía para evitar comentar sobre el clima económico que viene bastante gélido
que, por lo demás, ha sido rápidamente percibida por el Banco Mundial, que acaba
de recortar la proyección de crecimiento del Perú a 2.6% del PBI en el 2022, a
la vez que el FMI, más benevolente, nos ha situado en 2.8%; mientras que el MEF
sigue invitándonos a soñar en 3.3% del PBI. Algo así, como participar en el
Mundial de Qatar.
Lo cierto es que se avecinan vientos de fronda. La Fed (Banco Central de los
EEUU) cuenta con luz verde para seguir subiendo la tir hasta los temidos 4.75%;
no sólo porque inflación norteamericana no amaina, sino por el reciente dato del
crecimiento del empleo (263 mil puestos de trabajo). Por ello, ante el inminente
fortalecimiento del dólar, Wall Street cerró en rojo la semana: Dow Jones perdía
1.45%, el Nasdaq caía 2.56% y el S&P 500 bajaba 1.93%, en tanto que la OPEP
avisa que ha recortado la producción en 2 millones de barriles diarios
perennizando el alza del petróleo. Entretanto, localmente el sol se viene
devaluando: en los últimos veinte días el dólar, en las calles, pasó de S/ 3.87
(13/9/22) a S/ 3.98 (7/10/22). ¿Podrá salvarnos el Chapulín Colorado que duerme
en Palacio? La duda mata.